"Eran —según los cálculos más probables— las seis de la tarde del 14 de Nisán del año 3790 desde la fundación del mundo, según la tradicional contabilidad judía; del año 784 después de la fundación de Roma, según el calendario romano. Con el tiempo se llamaría a este día jueves santo, seis de abril del año 30 de la era cristiana.
El sol se acababa de poner, pero desde el monte de los olivos se veían aún las puntas de sus rayos por encima de las torres de la ciudad y del templo. Jesús venía, monte abajo, hacia la ciudad en la que había de morir antes de 24 horas. Jerusalén ardía en plena fiesta y, en torno a ella, surgía, como un gigantesco campamento guerrero, otra ciudad de tiendas en la que se cobijaban muchas decenas de miles de personas.
Jesús bajaba lentamente y en silencio, mientras la brisa del atardecer de primavera agitaba su vestido. Diez de sus doce apóstoles le seguían nerviosos, con la sensación de que algo grande estaba a punto de suceder, y con el miedo de que lo que sucedería pudiera ser trágico para él y para ellos.
Cruzó el torrente Cedrón por el viejo puente de piedra y entró en Jerusalén por la puerta de la fuente. Allí, el pequeño grupo de Jesús y sus apóstoles se cruzó con la riada de gente que salía del' templo tras asistir al tercer sacrificio vespertino. De los hombros y los cuellos de muchos colgaban, atados por sus patas, cuerpos de corderos muertos. El aire de la ciudad olía a grasa cocida y a carne tostada. El humo de las hogueras en que se consumían las entrañas de los corderos manchaba todo el cielo de los alrededores. Y en los ojos de los transeúntes había un brillo misterioso y solemne, propio de quien está viviendo una jornada en la que su alma entera se ve obligada a ponerse en pie. Las gentes andaban precipitadamente por calles mal iluminadas.
Pocos momentos antes, entre los brillos marmóreos del templo, el sumo sacerdote había leído —o más bien cantado— el capítulo doce del Éxodo que reglamentaba lo que todos sus oyentes debían cumplir puntualmente horas más tarde Antes de la ceremonia, Caifás se había lavado repetidamente las manos, en las que ya nada quedaba del olor a las treinta monedas pagadas la víspera La voz del sacerdote rebotaba sobre la multitud conmovida(...)".
Vida y misterio de Jesús de Nazaret III: La cruz y la gloria
José Luis Martín Descalzo
Hola Rodrigo! Pasaba para decirte que tienes un premio en mi blog... Espero te guste! xD
ResponderEliminarhttp://kroana.blogspot.com/2011/04/premio-al-blog.html
Saludos!
Muchísimas gracias, @kroana. Mañana lo pondré en el blog.
ResponderEliminar