

Entré en el castillo por la derruida entrada. Bajé hacia los calabozos lo más rápido que pude, y la pude ver. Estaba atada y amordazada, iluminada solo por la luz de una antorcha. Avancé. Sus nerviosos ojos estaban fijos en algo detrás de mí. Solo alcancé a ver una sombra antes de quedarme sumido en el profundo sueño que nos volvería a alejar.
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100 días de relatos