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A pesar de todas las demoras en el camino, llego a la hora para el examen. Casi la mitad de los asientos están llenos por seres con rostros somnolientos. Solo hace falta un último esfuerzo, después de hoy no habrá más exámenes hasta el próximo mes. Recibo mi hoja, pongo mi nombre, que es casi un garabato, y empiezo a responder a las preguntas. Las oraciones fluyen como si las estuviera leyendo. Al final, no puedo contenerme. El punto final deja de serlo; en su lugar coloco un FIN.
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100 días de relatos