La noche está fría. Esta vez el invierno ha llegado de golpe y se ha plantado con fuerza ante las puertas de las casas. No pasa más allá porque las estufas lo detienen. Pero, como mi casa no tiene ni puertas ni estufa, a mí me ha rodeado.
Antes, el frío no era tan intenso, quizá porque yo era más joven y tenía cómo sobrevivir con mi trabajo. Ahora, los años son un peso más en la espalda, una carga más que debo llevar junto con mi casa cada vez que debo “mudarme” porque me botan.
A ver si durmiendo se me pasa. Me recuesto sobre mi lado derecho y siento una ligera punzada. Meto mi mano en el bolsillo del pantalón y encuentro el fósforo que me regaló aquella niña muy temprano. Mañana podré levantarme de nuevo.
Antes, el frío no era tan intenso, quizá porque yo era más joven y tenía cómo sobrevivir con mi trabajo. Ahora, los años son un peso más en la espalda, una carga más que debo llevar junto con mi casa cada vez que debo “mudarme” porque me botan.
A ver si durmiendo se me pasa. Me recuesto sobre mi lado derecho y siento una ligera punzada. Meto mi mano en el bolsillo del pantalón y encuentro el fósforo que me regaló aquella niña muy temprano. Mañana podré levantarme de nuevo.
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100 días de relatos