

Todo el sendero estaba iluminado, a pesar de que era de noche. Sus cabellos eran de fuego y brillaban con una intensa luz que me enceguecía.
De pronto, levantó su mano y, poco a poco, empezó a brotar de la palma una pequeña llama que fue creciendo. Después de unos segundos que no debieron ser muchos, pero me parecieron eternos, el fuego que desprendía igualaba al del que salía de su cabeza. Era, literalmente, un hombre en llamas.
Yo solo quería que no me matara, pero si pensaba hacerlo, prefería que fuera rápido.
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100 días de relatos