En aquel lugar cada roca encerraba historia. Parecía que pequeños seres de diversas formas habían quedado petrificados por algún extraño hecho, pero su corazón había permanecido latiendo.
Me encantaba detenerme a escuchar lo que cada una de ellas tenía para decirme, pero me era imposible porque un latido más fuerte tapaba los débiles de las piedras más pequeñas. Me alejé del grupo, apresurando el paso para alcanzar el origen del sonido antes de que todo quedara en silencio.
Cuando llegué a la cumbre, me dejé caer de rodillas, asombrado: frente a mí se alzaba una hermosa ciudad de piedra construida sobre la montaña. Era la montaña vieja, Machu Picchu.
Me encantaba detenerme a escuchar lo que cada una de ellas tenía para decirme, pero me era imposible porque un latido más fuerte tapaba los débiles de las piedras más pequeñas. Me alejé del grupo, apresurando el paso para alcanzar el origen del sonido antes de que todo quedara en silencio.
Cuando llegué a la cumbre, me dejé caer de rodillas, asombrado: frente a mí se alzaba una hermosa ciudad de piedra construida sobre la montaña. Era la montaña vieja, Machu Picchu.
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100 días de relatos